Nada es bueno o malo por sí mismo

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Aún en medio de la maldición, aparece la bendición.

John Roger

Esta es una antigua fábula china que nos cuenta la historia de un buen hombre que vivía en una aldea lejana y que era muy respetado por todos sus vecinos. El hombre era granjero y había sido educado en una familia llena de amor y con excelentes costumbres.

Un día pareció un hermoso caballo en su granja.

Dice la vieja fábula china que los demás pobladores se mostraron sorprendidos. Según las leyes del lugar, puesto que el espléndido caballo había llegado por sus propios medios y ahora le pertenecía al granjero.

Todos le dijeron “¡Qué buena suerte has tenido!”. Pero el buen hombre de nuestra historia solo respondió: “Tal vez”. Y luego agregó: “Lo que parece una bendición, a veces es una maldición”.

Los demás no lo entendieron. Llegaron a pensar que era un hombre desagradecido. ¿Cómo no iba a pensar que era una bendición el hecho de que un caballo extraordinario hubiese llegado por sí solo a su granja? El animal, seguro, costaba una fortuna. Mejor suerte no podía tener.

Llegó el invierno. Una mañana el granjero se levantó muy temprano y vio que la puerta del establo se encontraba abierta. Se aproximó al lugar y notó que el magnífico caballo ya no estaba allí. O bien se había escapado, o bien alguien lo había robado. La noticia corrió rápidamente por la aldea.

Pronto los vecinos se hicieron presentes en la granja. Deseaban expresar al humilde hombre su pesar. “Lo lamentamos mucho”, le dijeron.

El protagonista de esta fábula china, permaneció totalmente sereno. Luego les dijo que no tenían nada de qué preocuparse. Y añadió: “Lo que parece una maldición, a veces es una bendición”. Los demás pensaron que estaba loco.

El regreso del purasangre

El humilde hombre de esta fábula china miró a lo lejos y pudo distinguir la figura del caballo perdido, con su pelaje blanco y brillante. Sin embargo, el maravilloso animal no venía solo. Tras él había otros 20 caballos, que lo seguían con gran obediencia. Todos eran bellos ejemplares y se dirigían a su territorio.

Los animales se quedaron en la granja y la ley entonces permitió que fueran de su propiedad. Los vecinos no podían creer que la fortuna acompañara de manera tan decidida al granjero. Lo felicitaron por su nueva adquisición.

Como otras veces, el humilde hombre solo respondió: “Lo que parece una bendición, a veces es una maldición”.

El granjero vio que le esperaba un arduo trabajo. Los caballos que habían llegado con su hermoso ejemplar eran salvajes. Habría que domarlos, uno a uno. Solo su hijo mayor y él estaban en condiciones de hacerlo, pero esto llevaría mucho tiempo.

Ya comenzaba el otoño cuando el hijo del granjero se propuso domar al más arisco de todos los caballos. Aunque el joven era diestro en esas lides, el caballo lo tiró y así se fracturó una de sus piernas. Los vecinos corrieron presurosos a llevar medicinas y a preguntar en qué podían ayudar.

“¡Qué mala suerte has tenido!”, le dijeron al granjero. Como de costumbre, este respondió: “Lo que parece una maldición, a veces es una bendición”.

Una tarde, el granjero estaba trabajando en el cultivo de sus tierras, cuando de pronto sintió un estruendo.

Tan solo una semana después explotó la guerra. El emperador mandó reclutar a todos los jóvenes de la aldea. El único que se salvó fue el hijo del granjero, ya que estaba convaleciente debido a su pierna fracturada. Solo hasta entonces los demás comprendieron la gran sabiduría del granjero.


Desde entonces, esta fábula china se cuenta de generación en generación, para que nadie olvide que nada es bueno o malo por sí mismo.


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